Críticas de Cine. 'La muerte de Stalin': dando caña al Comunismo
La noche del 2 de
marzo de 1953 murió un hombre. Ese hombre es Josef Stalin, dictador, tirano,
carnicero y Secretario General de la URSS. Y si juegas tus cartas bien, el
puesto ahora puede ser tuyo. Una sátira sobre los días previos al funeral del
padre de la nación. Dos jornadas de duras peleas por el poder absoluto a través
de manipulaciones, lujurias y traiciones.
Que el mismísimo
Vladimir Putin haya prohibido la película del puntilloso Armando Ianucci en
Rusia,
debería ser motivo más que suficiente para disfrutar de 'La muerte de Stalin'.
Esta sátira sin
cortapisas se desmelena en torno a la muerte del infame genocida, y cómo su
traicionera plana mayor (una suerte de pelotas, cobardes, miedosos, idiotas,
trepas, acomplejados... monstruos todos ellos) prepara el futuro de la madre
patria a ritmo de traición y esperpento, con el único lema de 'a Rey muerto,
Rey puesto'.
Comedia negra como el
betún,
'La muerte de Stalin' cuenta con el ágil y puñetero sello de Ianucci, uno de los cineastas más capaces de sacar a
relucir las vergüenzas del circo histórico/político con inteligencia,
descaro y un sopapo detrás de otro a la hipocresía generalizada.
El excelente reparto
encabezado por Steve Buscemi (su Kruschev es para tirar cohetes) se lo
pasa en grande, despellejando a todos
los mamarrachos, hooligans y lameculos
de Stalin (además de al funesto personaje) y el falso ideal comunista, teñido siempre de odio, miedo,
violencia y pobreza, bajo una fachada de cartón piedra donde los perros se atan
con longaniza.
Aunque la cinta es
tremendamente irregular, como un caballo desbocado que nunca encuentra su
camino,
hay más inteligencia, energía y valentía en cuatro líneas escritas por Ianucci
que en la inmensa mayoría de sátiras pasadas, presentes y futuras.
Un
caramelito cinematográfico que fastidiará a más de un progre pancartero o político con la jeta de cemento armado, pues no
escatima recursos en sacar toda la inmundicia
que conlleva el comunismo, enterrada bajo fosas comunes que, sin prisa pero
sin pausa, muchos se empeñan en relegar al olvido.
Lo mejor: su excelente reparto
y la calidad del libreto.
Lo peor: evoluciona a
trompicones.
Por: Eduardo Bonafonte Serrano.
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