Críticas de Cine. 'Transformers. El Último Caballero': Bay, talibán cinematográfico

Póster de Transformers. El Último Caballero

Dos especies en guerra: una de carne y hueso, la otra de metal. El Último Caballero rompe con el mito original de la franquicia de Transformers y redefine lo que significa ser un héroe. Humanos y Transformers están en guerra y Optimus Prime se ha ido. La llave para salvar nuestro futuro está enterrada en los secretos del pasado, en la historia oculta de los Transformers en la Tierra. Salvar a nuestro mundo está en manos de una alianza única: Cade Yeager (Mark Wahlberg); Bumblebee; un Lord Inglés (Sir Anthony Hopkins); y una profesora de la Universidad de Oxford (Laura Haddock). Hay un momento en la vida de todo ser humano en la que recibimos el llamado para hacer la diferencia. En Transformers: El Último Caballero los perseguidos se convertirán en héroes; los héroes se convertirán en villanos y sólo un mundo sobrevivirá: el de ellos o el nuestro. Quinta película de Transformers dirigida por Michael Bay.

Si hay algo en lo que podemos estar de acuerdo es en que la inmensa mayoría de las franquicias se degradan conforme avanzan las entregas. En algunos casos, por suerte, el desgaste es evidente, pero no demoledor.

En otras, sin embargo, la degradación es tan violenta que atenta contra la esencia misma del Blockbuster palomitero: divertirse.

'Transformers: El Último Caballero' es de esas películas que jamás deberían rodarse.

La quinta entrega de la franquicia de Paramount y Hasbro (y triste escaparate de los peores hábitos como cineasta del hipervitaminado, mineralizado y flipado Michael Bay), es un auténtico atentado cinematográfico.

Salvo su excelente factura técnica y la banda sonora de Steve Jablonsky, no hay absolutamente nada salvable en la cinta, que nos machaca sin piedad tomándonos por idiotas, en un festival de cine fast food hecho con las sobras.

Diálogos que claman al cielo, con un montón de tramas y subtramas sin sentido ni propósito; personajes estúpidos a más no poder que hacen que echemos de menos a Shia LaBeouf y su rollo 'mamá, hay un robot enorme en mi casa', de la primera (y parte de la segunda) entrega; el montaje caótico donde es imposible descansar, buscando desesperadamente planos de más de 5 segundos (siendo generosos); la interminable duración donde el chicle se estira sin cesar a mayor gloria del megalómano detrás de las cámaras, y las dosis de humor que no puedo calificar ni como idiota, sin pasarme de benévolo.

Estamos ante la peor película de gran presupuesto del año, de la década e incluso del Siglo.

La constatación definitiva de que a Paramount y a Hasbro (no son las únicas, evidentemente) les sobra el dinero, les falta pudor y, al parecer, carecen de asesores lo suficientemente valientes o cualificados como para decir 'basta, por aquí no podemos seguir. Esto es una basura'.

La constatación (también definitiva), de que Michael Bay tiene doble personalidad: su lado bueno es capaz de darnos series como 'Black Sails' y películas estimables como 'Dolor y dinero' y '13 horas', y su lado malo se empeña en sacar el Toretto que lleva dentro, golpeando con saña los pilares del Séptimo Arte (Arte, Michael, Arte).

Ojalá estemos ante la última entrega de los Transformers, al menos con Bay al timón; ante el final de los dos mil millones de guionistas claramente incapaces de aportar nada nuevo (y mucho menos interesante) a una saga que daría para varias discusiones humanistas; ante el final de una deriva donde el legítimo propósito de ganar dinero eclipsa cualquier justificación artística. 

Este insufrible atentado cinematográfico, no lo querrían ni en Cybertron.

Lo mejor: la factura técnica y el score de Jablonsky.

Lo peor: es el equivalente cinematográfico al 'Sálvame', de Telecirco. 

Por: Eduardo Bonafonte Serrano.

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