Críticas de Cine. 'Colossal':maltrato
Gloria
(Anne Hathaway) decide dejar Nueva York y volver a su ciudad natal tras haber
perdido su trabajo y su novio. Pero, cuando en las noticias informan de que un
monstruo gigantesco está destruyendo la ciudad de Seúl, se da cuenta de que
está relacionada con esos extraños sucesos.
Para
evitar que la destrucción vaya a más tendrá que averiguar el papel de su
insignificante existencia en un evento colosal que podría cambiar el destino
del mundo.
Cualquiera que haya
seguido la filmografía de Nacho Vigalondo, sabe que sus películas pueden salir por cualquier lado, desde las Antípodas
hasta los cerros de Úbeda.
Por ahora, sus
vaivenes han sido satisfactorios para todo espectador que acepte las reglas
de su particular juego cinematográfico (No las hay. Ojo, es un cumplido), y 'Colossal', no es una excepción.
Los
seres humanos, en estos tiempos de locos, básicamente estamos perdidos.
Algunos
lo reconocen abiertamente, abrazando la realidad; otros lo esconden entre
toneladas de necesidades creadas e intermitente frustración; los que más suerte
tienen son felices en la jungla, pues se han dado cuenta, resignados, de que
esto 'es lo que hay', y mejor sacarle jugo sin complicarse.
'Colossal' reflexiona
de una forma alocada y a veces inconexa, pero siempre inteligente, sobre temas
perturbadores de rabiosa actualidad: el empoderamiento femenino, el maltrato, el
(micro y macro) machismo latente, las adicciones, la paranoia, la soledad, el
sensacionalismo y, en general, las
diversas taras de esta nuestra Sociedad Occidental, y los (jodidos) individuos
que la formamos.
Cierto,
hay un Kaiju y un Robot, pero son
meros medios (chulos, eso sí), para un fin: repartir zascas a los cimientos de nuestra existencia, los demonios
que la perturban y la redención que, a veces, encontramos cual funambulistas en
el filo de la navaja.
Comedia bizarra y
drama se intercalan durante el metraje, adornado por la presencia de dos
intérpretes agraciados con la versatilidad: Anne Hathaway y Jason Sudeikis. Ambos comprometidos y entonados.
Dos juguetes rotos que luchan (también
físicamente) por prevalecer, cada uno por motivos diametralmente opuestos. Cuando la película llega al desolador final
(¿tan incapaces somos de cambiar?), aceptamos la realidad del mejor Vigalondo
hasta la fecha.
Errático
como siempre, irregular como siempre, personalísimo como siempre... Acertado como nunca.
Lo mejor: hay mucha miga.
Lo
peor: si no te unes al juego vigalondil, la decepción será importante.
Por: Eduardo Bonafonte Serrano.
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