Críticas de Cine. 'Un traidor como los nuestros': falta pasión

Poster de Un traidor como los nuestros

Una joven pareja británica se va de vacaciones a Marruecos. Allí conocen a un carismático millonario ruso que asegura pertenecer a la mafia rusa, donde es el mejor del mundo blanqueando dinero. El mafioso les invita a una fiesta donde les pide ayuda para solicitar asilo político en Inglaterra a cambio de contar todo lo que sabe, desenmascarando a todos los implicados, sus compañeros mafiosos, banqueros e incluso políticos británicos...

Los espías, en el Séptimo Arte, son un vergel para las grandes películas.

Tanto en su vertiente inverosímil (James Bond), como en la apegada a la realidad, siempre presente en la (tan adaptada al celuloide, con mayor y menor fortuna) obra literaria de John Le Carré.

No hay nada que objetar en lo formal a 'Un traidor como los nuestros': buen elenco protagonista (con especial atención a Stellan Skarsgård), cuidada producción cien por cien británica, excelente fotografía y una banda sonora que envuelve el devenir de los protagonistas, inmersos en los claroscuros de la postguerra fría y los tejemanejes de los servicios de inteligencia.

Sin embargo, la intachable corrección de la película, su palpable sobriedad, convierten la aventura de Ewan McGregor (siempre en su sitio, nunca alumbrando un personaje larger than life) en un admirable lienzo de inusitada belleza, pero desprovisto de pasión.

Tan fría es la ejecución de la directora Susanna White,  como la relación del matrimonio entre McGregor y Harris.


Aunque todo está donde debe estar, inmaculado, enmarcado en el contexto típico del espionaje, siempre repleto de medias verdades, lealtades divididas y relativismo moral, en ningún momento tenemos la sensación de revolvernos en el asiento, totalmente conectados con los personajes y sus destinos.

Salvo alguna pirueta ocasional en el aletargado libreto, 'Un traidor como los nuestros' es todo lo que esperas ver del Le Carré cinematografico en el fondo, pero se queda muy lejos del impacto en la forma de 'El topo', o 'El sastre de Panamá'.

Le Carré está presente sí, pero recién levantado, antes de desperezarse, lavarse la cara y quitarse las legañas.

Lo mejor: su cuidada factura.

Lo peor: no hay pasión.

Por: Eduardo Bonafonte Serrano.

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