Críticas de Cine. ‘La oveja Shaun, la película’: otra genialidad de Aardman
Shaun es una oveja muy lista y muy traviesa que vive con sus compañeras de rebaño en la granja de Mossy Bottom bajo la “supuesta” supervisión del Granjero y de Bitzer, un perro pastor con muy buenas intenciones, pero bastante despistado. A pesar de los esfuerzos de Shaun, la vida en la granja es bastante monótona, y nuestra oveja idea un ingenioso plan para tener un día libre.
Entrañables, artesanales y divertidos.
Así podrían calificarse todos los productos (televisivos o cinematográficos) que nos llegan desde Aardman Studios, responsables de los ya legendarios ‘Wallace & Gromit’.
‘La oveja Shaun’ descarga la primera aventura en la gran pantalla del simpático personaje y todos sus amigos, desplegando un espectáculo animado con dedicación y mimo, repleto de gags bienintencionados pero, también, hilarantes.
La historia (narrada a través de la excelente expresividad de sus personajes, sin libreto escrito de por medio) avanza sin descanso durante los noventa minutos de metraje, explotando la comicidad del Bestiario agrícola, perdido en la inhóspita Gran Ciudad llena de humanos adictos a mirarse el ombligo.
Son muchos los momentos brillantes en este ejemplo de orfebrería animada: la rica definición de los personajes, el colorido de los variados decorados y la perfecta combinación de artesanía manual ‘stop-motion’ y virguerías digitales.
Por suerte, además, ‘La oveja Shaun’ tiene moraleja, y valores necesarios de recordar: la amistad, el amor, el abrazo de la diferencia y la búsqueda permanente de sentido se manifiestan a través de los actos de estos animales, más humanos que nosotros mismos.
Sin alcanzar las cotas de ironía y ‘mala uva’ de la anterior, y también brillante, ‘Piratas’, Shaun y su rebaño harán las delicias de los fans del estudio, de niños, padres y amantes del género animado, en su vertiente más ‘vintage’.
Una forma de hacer cine empeñada en reivindicarse (y de qué manera), ante el reinado digital.
Lo mejor: está repleta de grandes momentos.
Lo peor: le falta un puntito de picardía.
Por: Eduardo Bonafonte Serrano.
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