Críticas de Cine: ‘Trash, ladrones de esperanza’: buscando en la basura

Póster de 'Trash: Ladrones de esperanza', de Stephen Daldry

Nuevo proyecto de Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas, El lector), en el que Martin Sheen y Rooney Mara dan vida a un cura y una trabajadora de una ONG en el cuento de tres niños pobres que descubren algo raro, misterioso y peligroso en un vertedero de una zona desfavorecida. 

Las historias de superación, sobre todo en escenarios imposibles, siempre han estado entre las más queridas por el gran público, la crítica y, muy a menudo, la bienvenida y codiciada taquilla.

‘Trash’, podría resumirse como la versión brasileña de ‘Slumdog Millionaire’ de Danny Boyle, con la que comparte más de un lugar común.

En esta ocasión, la cinta del artesano Stephen Daldry cambia la atestada India por la podredumbre y las dificultades de la vida en las favelas, donde todas las personas que no ha tenido la suerte de nacer con un pan debajo del brazo sobreviven a duras penas rebuscando entre la basura, presos de un destino irrevocable que, además, está sometido al reinado de las mafias.

En este enorme basurero, tres avispados chavales iniciarán una aventura que les llevará a destapar la madre de todas las corrupciones, cumpliendo su sueño de una vida mejor en el camino.

Hay varios elementos a favor de la película: la naturalidad que derrochan sus intérpretes (con especial atención a los actores infantiles), la excelente fotografía, la banda sonora que nos mete poco a poco en la historia y, sobre todo, la exaltación de valores como la amistad, la entrega, la camaradería, el sacrificio y la generosidad.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce: la película adolece de un ritmo irregular (que va de la energía desmedida a la pausa en segundos) y unas cuantas situaciones realmente inverosímiles que restan credibilidad al conjunto.

Como dramedia de cuento con encanto, ‘Trash: Ladrones de esperanza’… no tiene precio.

Lo mejor: el trío de jóvenes protagonistas.

Lo peor: es irregular y, a ratos, inverosímil.

Por: Eduardo Bonafonte Serrano.

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