Críticas de Cine: 'Chef': el manjar de la vida
Carl Casper es un prestigioso chef al que sus ideas innovadoras en cocina han llevado a que el restaurante en el que trabaja se encuentre en lo más alto. Cuando una contundente crítica sobre los poco originales que son sus platos se suma a una discusión suya con el dueño del restaurante, el resultado sólo puede ser su despido. Pero se reencuentra con su ex mujer y su hijo en Miami, con los que, además de su mejor amigo, monta un puesto de comida ambulante que cambiará su manera de ver la vida.
Admitámoslo: la cocina está de moda. En Occidente, los programas culinarios engrosan el share de las cadenas, incluso trascendiendo el programa de cocina de toda la vida para convertirse en auténticos Realities donde la vida se juega entre fogones.
En semejante contexto, el cine (cómo no) se hace eco, y ‘Chef’ es un ejemplo muy claro de la típica película de catarsis, redención y búsqueda de uno mismo a través de un viaje, en este caso, gastronómico-existencial.
Un Chef desencantado de la vida vuelve a sus orígenes, redescubriendo su pasión por la cocina. Además, solucionará la maltrecha relación que mantiene con su ex-mujer y su hijo, agotada por la acomodada infelicidad y el implacable paso del tiempo.
La fórmula, por supuesto, no es nueva. Si buscan algo revolucionario en la película, desistan, no lo van a encontrar.
Pero esta comedia amable con pinceladas dramáticas funciona a la perfección gracias al buen hacer y honestidad de su director y actor principal. Jon Favreau es uno de esos tipos todoterreno capaces de dirigir ‘Iron Man’, ‘Cowboys contra Aliens’, o ‘Zathura’ (una de las mejores películas familiares de los últimos 20 años) sin perder el norte, conservando el buen rollo y poniendo las cartas, sin trucos, sobre la mesa.
A través de los ojos del carismático Chef, la película rinde tributo al valor de la familia, de la amistad y de los lazos que unen, lanzando un mensaje esperanzador que grita que, por muy mal que estén las cosas, siempre habrá luz al final del túnel. Siempre habrá tiempo para cambiar si uno está dispuesto a arriesgarse a ser feliz.
Y lo hace sin recurrir al exceso de almíbar, por mucho que su película transite sin rubor por territorios ya explorados, repletos de lugares comunes.
Favreau descubre su plato: el manjar de la vida, cocinado con excelencia. Dispuesto para paladearlo en la sala de cine más próxima.
Lo mejor: su honestidad y la exposición de la influencia, virtudes y defectos del Social Media.
Lo peor: no aporta nada nuevo.
Por: Eduardo Bonafonte Serrano.
Admitámoslo: la cocina está de moda. En Occidente, los programas culinarios engrosan el share de las cadenas, incluso trascendiendo el programa de cocina de toda la vida para convertirse en auténticos Realities donde la vida se juega entre fogones.
En semejante contexto, el cine (cómo no) se hace eco, y ‘Chef’ es un ejemplo muy claro de la típica película de catarsis, redención y búsqueda de uno mismo a través de un viaje, en este caso, gastronómico-existencial.
Un Chef desencantado de la vida vuelve a sus orígenes, redescubriendo su pasión por la cocina. Además, solucionará la maltrecha relación que mantiene con su ex-mujer y su hijo, agotada por la acomodada infelicidad y el implacable paso del tiempo.
La fórmula, por supuesto, no es nueva. Si buscan algo revolucionario en la película, desistan, no lo van a encontrar.
Pero esta comedia amable con pinceladas dramáticas funciona a la perfección gracias al buen hacer y honestidad de su director y actor principal. Jon Favreau es uno de esos tipos todoterreno capaces de dirigir ‘Iron Man’, ‘Cowboys contra Aliens’, o ‘Zathura’ (una de las mejores películas familiares de los últimos 20 años) sin perder el norte, conservando el buen rollo y poniendo las cartas, sin trucos, sobre la mesa.
A través de los ojos del carismático Chef, la película rinde tributo al valor de la familia, de la amistad y de los lazos que unen, lanzando un mensaje esperanzador que grita que, por muy mal que estén las cosas, siempre habrá luz al final del túnel. Siempre habrá tiempo para cambiar si uno está dispuesto a arriesgarse a ser feliz.
Y lo hace sin recurrir al exceso de almíbar, por mucho que su película transite sin rubor por territorios ya explorados, repletos de lugares comunes.
Favreau descubre su plato: el manjar de la vida, cocinado con excelencia. Dispuesto para paladearlo en la sala de cine más próxima.
Lo mejor: su honestidad y la exposición de la influencia, virtudes y defectos del Social Media.
Lo peor: no aporta nada nuevo.
Por: Eduardo Bonafonte Serrano.
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